por Emilia Macchi
Quiénes suelen leer epistolarios se habrán preguntado, al menos una vez, cómo será el futuro —o más bien, cómo es el presente— del género epistolar. Es un mundo en sí mismo: es cálido, íntimo, verosímil por razones obvias, y un excelente contenido al que un fan accede para poder copuchar. No es ficción, pero tampoco es ensayo; muchas librerías ponen los diarios, las epístolas y crónicas en un mismo lugar, convenciéndose así de que el problema de lo inclasificable está solucionado.
Y ahora, en plena era de la hipercomunicación, ¿cuáles son las grandes espístolas? ¿Serán los chats entre dos grandes artistas? ¿La transcripción de largos audios entre la futura Gabriela Mistral y la futura Doris Dana? Más de alguna vez he intentado escribir e-mails extensos, sólo por un deseo nostálgico de continuar con la tradición. Pero seguir haciéndolo por hacerlo tampoco es la idea.
A lo que voy: el nuevo libro de Zambra logra dar una propuesta a estas preguntas. Leyendo "Un cuento de navidad", me vi inmersa en un documento Word, como si me hubiese llegado por error. Como se indica, es un relato "con vigas a la vista", porque los comentarios del editor, Andrés Braithwaite, siguen ahí. La versión final todavía no se define: Braithwaite propone cambiar una palabra, y uno como lector puede concluir si está de acuerdo con el editor o con el autor. Así como en "Facsímil" de Zambra, otro artefacto literario, que al tener formato de prueba, uno podía seleccionar su alternativa "favorita".
Este entretejido que hacen las dos voces muestra algo clave: escribir y editar, es, la gran mayoría de las veces al menos, muy entretenido. A veces, casi demasiado. Muchas veces, es más entretenido que terminar el texto mismo. No se diferencia mucho en ver una película acompañado y hacer exclamaciones cuando pasa algo inaudito. A lo largo de "Un cuento de navidad", las notas al pie de página de Braithwaite van tomando confianza, sus correcciones cada vez son menos técnicas y más relajadas, opinantes, dicharacheras. Sobre todo porque él estuvo ahí durante el relato en cuestión, por lo tanto, puede opinar con respecto a los hechos de igual manera que opina sobre la forma. Escritor y editor son, en general, personas que se quieren, que se admiran. Que, en cierto nivel metafísico, están enamoradas la una de la otra. En este oficio, los comentarios de Word dentro de los manuscritos esconden pequeñas, microscópicas cartas de amor.
Son incontables los documentales que hay sobre bandas musicales, sus procesos, sus peleas, sus giras. Asimismo, hay muchos registros "behind the scenes" sobre las series favoritas de cada década, donde el director puede, por fin, subirse al escenario con los actores. El escritor, por otro lado, tiene que resignarse a su puesto de arte menor, porque su trabajo jamás será ni tan masivo ni tan performático como el de sus colegas. Sé que hay excepciones, por supuesto, o que también existen grandes entrevistas a figuras literarias icónicas. De todos modos, el autor sabe que la narración de su "backstage" jamás será tan glamorosa: es probable que la toma sea una persona tecleando frente a un computador, adoptando diferentes posiciones a medida que pasan las horas. No suena como un buen documental. Y qué decir del editor, que muchas veces pasa completamente desapercibido. "Un cuento de navidad" también es una gran manera de darnos a conocer a Braithwaite, que ha editado a grandes personalidades como Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño.
Este cuento es una forma muy entrañable y novedosa de retratar el proceso escritural. Es un oficio mucho más dialogado y tierno de lo que parece.