por Emilia Macchi
Rosabetty Muñoz es, sin duda alguna, una de las poetas más prolíficas, certeras y premiadas del último tiempo. Por ello, se vuelve una lectura necesaria para todo aquel lector con alma de poeta. Por mí parte, me adentré en la obra de la autora con este libro: "Técnicas para cegar a los peces", que le valió a la autora el Premio Municipal de Literatura de Santiago 2020-2021.
Las imágenes utilizadas son contraposiciones en las que se configura el Chiloé actual: donde el verdor frondoso choca constantemente con la suciedad, y donde las lluvias no logran subsanar la escasez hídrica que afecta la zona. A causa de la deforestación, el agua no se absorbe, y en vez, los materiales se humedecen, se hinchan, se desplazan y se deforman. Impacta, sobre todo para el lector de las grandes ciudades, que la sequía también puede estar acompañada de constantes chubascos.
Este gran uso de los contrastes es una constante. Apenas aparece una postal sureña, romántica y turística, interrumpe la precariedad. Ya sean los grandes oleajes del archipiélago arrojando basura, las bolsas de plásticas confundiéndose con las medusas muertas, o la putrefacción de la fauna local:
"Reviente le pez de su propia herida / Estalle en miles / — escama y espina endurecida — / avance contra la corriente / cegado / con su branquia expuesta / en este mar / oscuro / irresistible".
Este salto cruel entre una imagen y otra juega con lo folclórico y lo contestatario, haciendo eco a la Marea Roja del 2016 que las personas locales tuvieron que enfrentar como consecuencia de la sobrexplotación de pesqueras, también conocido como el "Mayo Chilote" que incluso conllevó su propio estallido social. Aquí, la autora también cuestionar el constante abandono de los territorios alejados y el poco reconocimiento de los territorios insulares:
"Ahora la ciudad tiene otro orden / bajo un cielo sucio / las micros desechadas por la capital, circulan / tragando turnos de obreros que van a las pesqueras."
Sin embargo, más adelante la obra adopta una tecla más esperanzadora, donde aprecia el trabajo detrás de la restauración de vírgenes en las diversas capillas que hay a lo largo de Chiloé, y toda la mística que esto envuelve. Aquí, el sentido del deterioro vuelve para hacerse presente en las grietas de diferentes santos, en sus narices caídas, en sus dedos amputados y chamuscados. Convencidos de que "lo único perdurable es la muerte", los restauradores también ven a la posibilidad para crear una nueva propuesta, mientras militan en el mundo de la lentitud, del trabajo constante pero a un ritmo orgánico. Esta parte del poemario adquiere otro ritmo, propia de sectores más alejados como las islas Mechuque y Tac, y logra hacer contrapeso a una primera parte de imágenes más desoladoras y violentas, como queriendo proponer que es el ritmo acelerado de la extracción lo que nos envenena.
Para hacer homenaje también al oficio de la lentitud, la publicación, lanzada por la Editorial de la Universidad de Valparaíso, incluye entre sus versos distintas xilografías del grabador Cristián Castillo. Es decir, no es solo un libro poderoso por su lectura, si no también una impresión trabajada y muy atractiva para tener.