Entre una app y un Furby: "Kentukis" de Samanta Schewblin

Entre una app y un Furby: "Kentukis" de Samanta Schewblin

por Emilia Macchi

A la reconocida serie de ciencia ficción "Black Mirror" le hubiese encantado hacer un capítulo basado en esta libro, publicado por Random House el año 2019. Estos relatos, o bien, esta novela fragmentada, nos muestran un futuro que bien podría ser el próximo año, donde diferentes personajes a lo largo del globo han adquirido para sí un kentuki. Las personas que quieren acceder a la nueva tendencia tecnológica tienen dos opciones: comprar este producto, este peluche electrónico, al estilo "furby", con la forma de diferentes animales y que queda conectado de forma automática y azarosa al servidor de otro usuario. O bien, no comprar el peluche en sí, si no anotarse para tener control sobre uno de forma remota. Esto incluye, además, acceder a la cámara y el audio del peluche, y con ello, poder entrar en la intimidad de una hogar y una vida ajena.

Esta sórdida mezcla - entre una mascota virtual, las redes sociales y los juegos en línea - comienza a disparar diferentes casos en todos los rincones del planeta. Muchos casos de soledad, tanto de niños como adultos mayores; casos de extorsión y amenazas, casos de placer sexual, como también de acoso y violencia. El anonimato y la distancia puede sacar lo peor de los usuarios, tal como cuando hacemos comentarios ofensivos que se pierden en el huracán de una plataforma virtual. Además, se esboza que el kentuki es todavía algo muy nuevo, donde todavía hay mucho que regular y corregir para futuras versiones. Y da para pensar que es justamente eso lo que nos atrae de los avances tecnológicos en un principio: el morbo de saber de qué forma podría fallar, y de qué forma podría hacernos enloquecer como nunca antes lo hemos hecho. Los primeros usuarios siempre son la vanguardia que está dispuesta a tener experiencias sin precedentes.

Podría parecer un libro bastante entregado a la tecnología, pero de ésta se habla poco. Se habla más bien de los afectos, de la compañía, de lo prohibido. De los traumas personales y del precio que estamos dispuestos a pagar por sanarlos - o al menos, sentir que los sanamos.

Hay que reconocer que tampoco es un texto directo; a veces confunde y deja momentos sin explicar. Pero el lector es capaz de completar esas incógnitas, porque todos, en menor o mayor medida, nos identificamos con esta extraña forma de relacionarse: "En el tránsito, algunos coches llevaban en el vidrio trasero calcomanías de sus kentukis (...) En el supermercado ya no eran los únicos que llevaban un kentuki en el carrito. Frente a las heladeras de congelados una mujer le preguntó al suyo si necesitaban más espinaca, recibió un mensaje en el teléfono que la hizo reír, después abrió la heladera y tomó dos bolsas congeladas."

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