por Emilia Macchi
Publicada por primera vez en 1997, "El Daño" es una novela que causó éxito e inquietud. Los años pasaron, Andrea Maturana optó por dedicar su trabajo literario al mundo infantil y esta obra dejó de circular. Hasta que la editorial Imbunche la reeditó.
Dos amigas mochilean por el desierto, pero entre las caminatas casi no se hablan. Los diálogos son contados y más bien utilitarios. Desde el principio la escritora muestra su destreza al describir múltiples silencios, como en esta escena, que retrata bien la dinámica de nuestras protagonistas:
“Cocinamos una sopa de sobre en la cocinilla a gas, revolviéndola todo el tiempo y escuchando el sonido de la cuchara como si hubiésemos puesto un compact de nuestra música preferida y nada estuviera autorizado a interrumpirlo”.
Pronto comprendemos que este es un viaje para olvidar, y también una búsqueda. Cada una quiere escapar de un evento traumático. Uno de los eventos pasó hace tiempo, el otro hace poco. Uno se difumina y oscurece por los años, el otro es certero y punzante como una flecha. Las personalidades reflejan eso también; Elisa es introvertida y aprensiva, mientras Gabriela es temeraria y autodestructiva:
"Para Gabriela el ideal femenino ha estado siempre peligrosamente cercano a [piensa Elisa, la narradora] la mujer que sufre, que está enferma y adelgaza día a día; la que, por su fragilidad, un hombre tendería a amar a la distancia o a proteger. Se odia un poco a sí misma cuando pasa mucho tiempo feliz."
Lo más interesante del texto es que ambas están en un pozo del que no pueden salir —y aquí el desierto hostil funciona como metáfora—, pero están dispuestas a llevar al hombro, además, el daño de la otra. Y mientras comparten sus vivencias, va surgiendo una leve competencia; ¿cuál trauma es peor? ¿es peor si uno estuvo consciente de su daño? ¿es peor si uno tuvo la opción de no vivirlo? y por último, competir por el dolor, ¿es una forma retorcida de la meritocracia, o más bien, una forma de autodestrucción colectiva?
Años después de su publicación, estas preguntas adquieren nuevos significados. Pienso en el concepto de salud mental, por ejemplo, que tanto se repite hoy, pero que cae en fundamentos cuestionables. El consejo del tipo "si un amigo no te hace bien, déjalo", en ciertos escenarios puede entenderse, pero ¿qué opciones tiene la persona traumatizada o deprimida que irradia esa oscuridad, si va quedando sola? Creo que Maturana logra plantear esta compleja interrogante.
En fin, los diálogos se van soltando, hay conversaciones profundas y una especie de cooperación terapéutica que demuestra que el daño no tiene por qué competir con otro, si no más bien, entretejerse en uno solo. De todos modos, lo que mantiene al lector hipnotizado es que a pesar de todo, hay esbozos de una relación tóxica. No queda nunca claro. Aparecen personajes a desordenar su íntima dinámica; luego vuelven a la capital y retoman sus vidas. Y uno, lector, sigue preguntando: ¿esta dupla se hace bien la una a la otra, o todo lo contrario, evitan que la otra pueda salir del espiral del dolor?
Yo ya tengo mi teoría. Cuéntenme ustedes cuáles son sus conclusiones.