Posthistoria, historiografía y comunidad
Posthistoria, historiografía y comunidad
Miguel Valderrama
La escritura que aquí se ensaya quisiera ser una paráfrasis, el resultado de una ardua labor de transcripción o traducción. Al modo de “Pierre Ménard, autor del Quijote”, este ensayo fatiga la reescritura de un libro ya escrito: Escépticos del sentido, de Eduardo Devés. O, más propiamente, busca insistir en una de sus escenas de lectura: la historia y la pérdida del sentido. Insistencia personal, por cierto, como toda lectura, obra de una repetición en acto. Y, sin embargo, insistencia necesaria que trabaja en la historiografía aquellas escenas que se resisten al comentario o al ejercicio de la repetición. Por consiguiente, más que un examen de las tesis que se exponen a la discusión en el proferimiento escéptico, y más allá de la propia consideración del escepticismo como tropos adecuado a un estado de saber posthistórico, el anacronismo deliberado que la repetición de Escépticos del sentido intenta poner en escena, no tiene otra finalidad que la de transliterar esa escritura auto-hetero-gráfica a una zona cero de significación posthistórica de múltiples efectos. Al menos, si es cierto que con la palabra posthistoria lo que se quiere nombrar es una época que no está en condiciones de inscribir el acontecimiento del que ella misma ha surgido, simplemente porque ese acontecimiento es un crimen colectivo que ha tenido y no ha tenido lugar. Época de lo insepulto, grado cero de significación constituido a partir de la imposible intersección entre catástrofe histórica y epistemología de la historia. Pero, de igual modo, época de una repetición imposible, suspensión encriptada de una insistencia. De ahí que si “pensar en nuestra lengua es revolotear por el objeto”, habría que decir que en el tiempo presente todo pensamiento es un pensamiento de lo Real, es una forma de dar vueltas incesantemente en torno a la catástrofe y a la imposibilidad de su narración.